Al
día siguiente se despertó con un hilo que salía de su boca y que no era una
baba. Un hilo de seda blanca pegajosa que seguía por las sábanas de su cama,
bajaba hasta las zapatillas, llegaba hasta la ventana y se escapaba desde allí
por el balcón.
Fue
tan fácil... Tan fácil como fue comer el hilo de seda pegajosa. Al llegar al
borde del balcón, no más que dar un pequeño salto y ya. Se acabó. Mientras se
acababa, veía ocho patas peludas tejiendo su mortaja blanca de seda pegajosa.