martes, 17 de junio de 2014

VUDÚ


La tormenta por fin ha cesado. En la mitad del camino se ha formado un charco que refleja un cielo blanco y gris que huele a tierra. Mi cara se asoma y no reconozco esos ojos que me devuelven una mirada vieja y mate, cansada de buscar el otro lado del mundo. Me cruza de lado a lado un recuerdo lejano que me deshace la piel de cera de vela amarilla, gota a gota, arrastrando mi pelo canoso y áspero en un remolino espeso. Mi mano sarmentosa se acerca a mi rostro en un amago automático de retirar un mechón de la que ya no es mi cara. Me queda solo la calavera color hueso que sonríe inconsciente en el brillo del agua sucia de parafina derretida. Y no puedo borrar esa sonrisa, esa risa cargante y ridícula llena de dientes y muelas. No puedo hacerme desaparecer, no puedo irme, ni terminar, ni escupir, ni siquiera blasfemar, ni dejar de estar, o más bien de ser, un muerto en vida.


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